viernes, 8 de julio de 2011

Apolo 11: Cabo Cañaveral

En el mes de un nuevo aniversario de la llegada del hombre a la Luna, Angel Meynet recuerda la epopeya que vivió en primera persona.

Si algunos de los lectores fue testigo de la épica hazaña del 20 de julio de 1969, al igual que yo, estará recordando y viviendo aquellos momentos inolvidables de nuestro espíritu. Para quienes no han tenido esa oportunidad va especialmente este relato, invitándolos a acompañarme al mismo escenario de los acontecimientos.

Hace más de 40 años Cabo Cañaveral era un triángulo de unas 7000 desoladas hectáreas vírgenes, dueño de una magnífica y exuberante vegetación. En una maraña fantástica compuesta de palmeras, palmitos, helechos, mirtos, tomillos y casuarinas, se agitaba una fauna donde pululaban los caimanes y ofidios, además de una infinita variedad de aves e insectos. El Cabo está ubicado en la mitad de la costa atlántica de la Florida, y dista unos 350 kms al norte de Miami.

Enclavado en el distrito Brevard y desde hace 4 décadas sin acceso pavimentado, para llegar al lugar había que viajar por una antigua, angosta y casi pantanosa ruta, convertida hoy en la hermosa carretera "A1A". Los pantanos, las cienagas y la escasez de agua potable, eran otras de las características de la región.

 La región está dominada por los pantanos y manglares

En épocas de las grandes lluvias algunos cazadores de superficie se aventuraban hasta el Cabo, buscando la variada caza y pesca. Viejos almacenes alumbrados con pálidas lámparas alimentadas a combustible, expedían algunas bebidas y camarones del Cabo. Ninguno de los pobladores habría de imaginar, ni remotamente, que pocos años más tarde todo aquello se convertiría en un predio para la ciencia espacial...

Un día de 1950, una comisión altamente especializada llegó al lugar, integrada por militares y civiles, probó el agua de la región, se internó en la espesura por tramos impenetrables, y visitó la antigua base aérea Patrick, abandonada y descascarada, donde un par de aviones estaban amarrados a caídos postes, invadidos por la maleza. Vegetación, alimañas y tortugas gigantes, eran los únicos testigos de todo aquello.

La misión científica consideraba convertir el agreste Cabo en el campo de lanzamiento de proyectiles más grande del mundo. En síntesis, Cabo Cañaveral se convirtió de pronto en un inmenso laboratorio con un campo de tiro de 8000 km de longitud.

Cabo cañaveral desde el espacio (Foto NASA)

Un desfile constante de extraños aparatos, jamás vistos antes por la gente del lugar, comenzó entonces. Científicos y obreros de diversas especialidades llegaban diariamente a Cañaveral. Estos hechos por sí solos colmarían todo un texto.

La hasta entonces adormilada comunidad de Cocoa Beach surgió rápidamente a la luz. La gran aventura del espacio asomaba en el horizonte. Cuando en 1965 estuve en Cabo Cañaveral por primera vez para reportar el vuelo de la Géminis VI, viaje que realicé merced a los buenos oficios del gobierno de la provincia, quedé deslumbrado por aquel lugar y el mundo de la ciencia espacial, y me formulé la fiel promesa de regresar cuando el hombre se lanzara en pos de la Luna.

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